10.10.06

El viaje según Albert Camus ( I )

Recuerda haber leído -el viajerito- que entre junio y agosto de 1949 el escritor franco-argelino Albert Camus viajó a dictar una serie de conferencias a Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. Según leyó en "Diarios de Viaje" de Editorial Losada, la experiencia no fue buena. Al incordio continuo que sentía por la travesía, se le sumó una nueva recaída en la tuberculosis. Un viaje que comienza desganado termina, según el diario de Camus, asi: "26 y 27 de agosto. Dos días espantosos en los que me arrastro con mi gripe por diversos rincones con diversas personas, insensible a lo que veo, preocupado tan solo por reencontrar mis fuerzas, en medio de personas cuya amistad o histeria no percibe nada de lo que me pasa y agravan, asi, un poco más mi estado..." y luego, el 31 de agosto "Enfermo. Bronquitis por lo menos. Telefonean que partimos esta tarde. Es un dia radiante. Médico. Penicilina. El viaje termina en un féretro metálico entre un médico loco y un diplomático, hacia París".

Pero al comienzo Albert Camus cuenta su viaje en barco: "... Sentimiento de vergüenza al ver a los pasajeros de 4º clase alojados en el entrepuente, en cuchetas superpuestas, estilo campo de concentración". Después los olvida, Camus, y sigue su vida entre superfluos o molestos compañeros. Para él la única compañía es el mar.

"Una luna en cuarto creciente sube por encima de los mástiles. Hasta donde alcanza la vista, en la noche aún no cerrada, el mar -y una sensación de calma, una melancolía poderosa surgen entonces de las aguas. Siempre me he serenado en el mar y esta soledad infinita me hace bien por un momento, aunque tenga la impresión de que este mar arrastra hoy todas las lágrimas del mundo." o más tarde cuando piensa: "Las aguas están apenas iluminadas en la superficie, pero se siente su oscuridad profunda. el mar es asì y por ello lo amo. Llamado a la vida e invitación a la muerte."

5.10.06

El viaje según Levi Strauss ( I )

Debe ceder, el viajerito, la palabra a un hombre famoso con quien es útil discutir sobre el viajar. En 1955 Claude Levi Strauss escribe "Tristes Trópicos", una obra a caballo de la etnografía y la literatura que relata su primera experiencia de campo en Brasil, 20 años antes. Son muchos los párrafos en los que el antropólogo frances piensa las implicancias, desdichas y utilidades del viajar. Quisiera compartir éstos -el viajerito- matizados por los torpes conceptos que construye en su experiencia.

CAPITULO 1: LA PARTIDA

Odio los viajes y los exploradores. Y he aquí que me dispongo a relatar mis expediciones. Pero, ¡cuánto tiempo para decidirme!... Hace quince años que dejé el Brasil por última vez, y desde entonces muchas veces me propuse comenzar este libro; una especie de vergüenza y aversión siempre me lo impedía. Y bien, ¿hay que narrar minuciosamente tantos detalles insípidos, tantos acontecimientos insignificantes? La aventura no cabe en la profesión del etnógrafo; no es más que una carga; entorpece el trabajo eficaz con el peso de las semanas o de los meses perdidos en el camino; horas ociosas mientras el informante se escabulle; hambre, fatiga y hasta enfer-medad; y siempre, esas mil tareas ingratas que van consumiendo los días inútilmente y reducen la peligrosa vida en el corazón de la selva virgen a una imitación del servicio militar...
No confiere ningún galardón el que se necesiten tantos esfuerzos y vanos dispendios para alcanzar el objeto de nuestros estudios, sino que ello constituye, más bien, el aspecto negativo de nuestro oficio. Las verdades que tan lejos vamos a buscar sólo tienen valor cuando se las despoja de esta ganga. Ciertamente, se pueden consagrar seis meses de viaje, de privaciones y de insoportable hastío para recoger un mito inédito, una nueva regla de matrimonio, una lista completa de nombres ciánicos, tarea que insumirá solamente algunos días, y, a veces, algunas horas. Pero este desecho de la memoria: «A las 5 y 30 entramos en la rada de Recife mientras gritaban las gaviotas y una flotilla de vendedores de frutas exóticas se apretujaba contra el casco». Un recuerdo tan insignificante, ¿merece ser fijado en el papel?.
No es fácil comprender, para el viajero, la desdicha que siente este judio-burgués-frances-culto en enfrentar la experiencia de sacarse "las ropas y las máscaras" para perderse en los otros. Tal vez porque prefiera el maestro Levi Strauss su apoltronamiento parisino, su lugar un poco arriba de todos, un poco como fuera de las cosas, distante, algo soberbio tal vez. En su best-seller antropológico se atisba todo ésto, pero se lee también la profunda influencia intelectual y moral que le acarreó su viaje a San Pablo, el Pantanal y la Sierra do Norte.
Pero lee otros párrafos dolorosos -el viajerito- del año 1941, cuando el maestro debe huir de la europa Nazi para salvar su vida. Allí se advierte el genio, la clase social y el estupor de esos años.
Fui a Marsella. Mientras deambulaba me enteré, por ciertas conversaciones escuchadas en el puerto, de que un barco partiría pronto para la Martinica. De dársena en dársena, de oficina en oficina, averigüé finalmente que el barco en cuestión pertenecía a la misma Compagnie des Transports Maritimes de la cual la misión universitaria francesa en el Brasil se había constituido en clientela fiel y muy exclusiva durante los años precedentes. Un día de cierzo invernal, en febrero de 1941, encontré, en unas oficinas sin calefacción y en parte desocupadas, a un funcionario que antaño nos presentaba los saludos de la compañía. Sí, el barco existía; sí, iba a partir; pero era imposible que yo viajara en él. ¿Por qué? ¿No me daba cuenta? El no podía explicármelo, no sería como antes. Pero, ¿cómo? ¡Oh!, muy largo, muy penoso, él no podía ni siquiera imaginarme allí. El pobre hombre veía aún en mí a un modesto embajador de la cultura francesa; yo, por mi parte, ya me sentía prisionero en un campo de concentración. Por lo demás, acababa de pasar los dos años anteriores primero en la selva virgen, después, de acantona-miento en acantonamiento, en una retirada descabellada que me había conducido desde la línea Maginot a Béziers, pasando por Sarthe, Corréze y Aveyron, de trenes de ganado a rediles; los escrú-pulos de mi interlocutor me parecían incongruentes. Me veía en los océanos, retomando mi existencia errante, compartiendo los trabajos y las frugales comidas de un puñado de marineros lanzados a la aven-tura en un barco clandestino, durmiendo sobre el puente y librado durante largos días a la benefactora intimidad con el mar. Finalmente obtuve mi pasaje para el Capitaine-Paul-Lemerle, pero sólo empecé a comprender el día del embarque cuando atravesé los cercos de guardias móviles encasquetados y con ametralladora calada, que encuadraban el muelle y cortaban cualquier contacto de los pasajeros con los parientes y amigos que habían venido a despedirlos, abreviando los adioses con empujones e injurias; era verdaderamente una aventura solitaria o, más bien, una partida de galeotes.
Sigue el texto, y vale seguir leyendo en silencio.