10.10.06

El viaje según Albert Camus ( I )

Recuerda haber leído -el viajerito- que entre junio y agosto de 1949 el escritor franco-argelino Albert Camus viajó a dictar una serie de conferencias a Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. Según leyó en "Diarios de Viaje" de Editorial Losada, la experiencia no fue buena. Al incordio continuo que sentía por la travesía, se le sumó una nueva recaída en la tuberculosis. Un viaje que comienza desganado termina, según el diario de Camus, asi: "26 y 27 de agosto. Dos días espantosos en los que me arrastro con mi gripe por diversos rincones con diversas personas, insensible a lo que veo, preocupado tan solo por reencontrar mis fuerzas, en medio de personas cuya amistad o histeria no percibe nada de lo que me pasa y agravan, asi, un poco más mi estado..." y luego, el 31 de agosto "Enfermo. Bronquitis por lo menos. Telefonean que partimos esta tarde. Es un dia radiante. Médico. Penicilina. El viaje termina en un féretro metálico entre un médico loco y un diplomático, hacia París".

Pero al comienzo Albert Camus cuenta su viaje en barco: "... Sentimiento de vergüenza al ver a los pasajeros de 4º clase alojados en el entrepuente, en cuchetas superpuestas, estilo campo de concentración". Después los olvida, Camus, y sigue su vida entre superfluos o molestos compañeros. Para él la única compañía es el mar.

"Una luna en cuarto creciente sube por encima de los mástiles. Hasta donde alcanza la vista, en la noche aún no cerrada, el mar -y una sensación de calma, una melancolía poderosa surgen entonces de las aguas. Siempre me he serenado en el mar y esta soledad infinita me hace bien por un momento, aunque tenga la impresión de que este mar arrastra hoy todas las lágrimas del mundo." o más tarde cuando piensa: "Las aguas están apenas iluminadas en la superficie, pero se siente su oscuridad profunda. el mar es asì y por ello lo amo. Llamado a la vida e invitación a la muerte."

5.10.06

El viaje según Levi Strauss ( I )

Debe ceder, el viajerito, la palabra a un hombre famoso con quien es útil discutir sobre el viajar. En 1955 Claude Levi Strauss escribe "Tristes Trópicos", una obra a caballo de la etnografía y la literatura que relata su primera experiencia de campo en Brasil, 20 años antes. Son muchos los párrafos en los que el antropólogo frances piensa las implicancias, desdichas y utilidades del viajar. Quisiera compartir éstos -el viajerito- matizados por los torpes conceptos que construye en su experiencia.

CAPITULO 1: LA PARTIDA

Odio los viajes y los exploradores. Y he aquí que me dispongo a relatar mis expediciones. Pero, ¡cuánto tiempo para decidirme!... Hace quince años que dejé el Brasil por última vez, y desde entonces muchas veces me propuse comenzar este libro; una especie de vergüenza y aversión siempre me lo impedía. Y bien, ¿hay que narrar minuciosamente tantos detalles insípidos, tantos acontecimientos insignificantes? La aventura no cabe en la profesión del etnógrafo; no es más que una carga; entorpece el trabajo eficaz con el peso de las semanas o de los meses perdidos en el camino; horas ociosas mientras el informante se escabulle; hambre, fatiga y hasta enfer-medad; y siempre, esas mil tareas ingratas que van consumiendo los días inútilmente y reducen la peligrosa vida en el corazón de la selva virgen a una imitación del servicio militar...
No confiere ningún galardón el que se necesiten tantos esfuerzos y vanos dispendios para alcanzar el objeto de nuestros estudios, sino que ello constituye, más bien, el aspecto negativo de nuestro oficio. Las verdades que tan lejos vamos a buscar sólo tienen valor cuando se las despoja de esta ganga. Ciertamente, se pueden consagrar seis meses de viaje, de privaciones y de insoportable hastío para recoger un mito inédito, una nueva regla de matrimonio, una lista completa de nombres ciánicos, tarea que insumirá solamente algunos días, y, a veces, algunas horas. Pero este desecho de la memoria: «A las 5 y 30 entramos en la rada de Recife mientras gritaban las gaviotas y una flotilla de vendedores de frutas exóticas se apretujaba contra el casco». Un recuerdo tan insignificante, ¿merece ser fijado en el papel?.
No es fácil comprender, para el viajero, la desdicha que siente este judio-burgués-frances-culto en enfrentar la experiencia de sacarse "las ropas y las máscaras" para perderse en los otros. Tal vez porque prefiera el maestro Levi Strauss su apoltronamiento parisino, su lugar un poco arriba de todos, un poco como fuera de las cosas, distante, algo soberbio tal vez. En su best-seller antropológico se atisba todo ésto, pero se lee también la profunda influencia intelectual y moral que le acarreó su viaje a San Pablo, el Pantanal y la Sierra do Norte.
Pero lee otros párrafos dolorosos -el viajerito- del año 1941, cuando el maestro debe huir de la europa Nazi para salvar su vida. Allí se advierte el genio, la clase social y el estupor de esos años.
Fui a Marsella. Mientras deambulaba me enteré, por ciertas conversaciones escuchadas en el puerto, de que un barco partiría pronto para la Martinica. De dársena en dársena, de oficina en oficina, averigüé finalmente que el barco en cuestión pertenecía a la misma Compagnie des Transports Maritimes de la cual la misión universitaria francesa en el Brasil se había constituido en clientela fiel y muy exclusiva durante los años precedentes. Un día de cierzo invernal, en febrero de 1941, encontré, en unas oficinas sin calefacción y en parte desocupadas, a un funcionario que antaño nos presentaba los saludos de la compañía. Sí, el barco existía; sí, iba a partir; pero era imposible que yo viajara en él. ¿Por qué? ¿No me daba cuenta? El no podía explicármelo, no sería como antes. Pero, ¿cómo? ¡Oh!, muy largo, muy penoso, él no podía ni siquiera imaginarme allí. El pobre hombre veía aún en mí a un modesto embajador de la cultura francesa; yo, por mi parte, ya me sentía prisionero en un campo de concentración. Por lo demás, acababa de pasar los dos años anteriores primero en la selva virgen, después, de acantona-miento en acantonamiento, en una retirada descabellada que me había conducido desde la línea Maginot a Béziers, pasando por Sarthe, Corréze y Aveyron, de trenes de ganado a rediles; los escrú-pulos de mi interlocutor me parecían incongruentes. Me veía en los océanos, retomando mi existencia errante, compartiendo los trabajos y las frugales comidas de un puñado de marineros lanzados a la aven-tura en un barco clandestino, durmiendo sobre el puente y librado durante largos días a la benefactora intimidad con el mar. Finalmente obtuve mi pasaje para el Capitaine-Paul-Lemerle, pero sólo empecé a comprender el día del embarque cuando atravesé los cercos de guardias móviles encasquetados y con ametralladora calada, que encuadraban el muelle y cortaban cualquier contacto de los pasajeros con los parientes y amigos que habían venido a despedirlos, abreviando los adioses con empujones e injurias; era verdaderamente una aventura solitaria o, más bien, una partida de galeotes.
Sigue el texto, y vale seguir leyendo en silencio.

29.8.06

El humano perfecto


Si la tristeza tiene nombre, apellido y cargo, la felicidad –cree el viajerito- viene dada por los fortuitos encuentros que nos salvan en la oscura noche, del hambre y la lluvia; en cualquier lugar del mundo y con cualquiera –al menos aparentemente-. La apatía de la ciudad y nuestro ritmo desquiciado en ella no nos permite, a menudo, sentir el viento fresco del encuentro con el otro desconocido y anónimo, con el humano perfecto, sutil y banal. Pero en viaje –recuerda el viajero sensaciones- el otro es uno mismo y la unión con los hombres y mujeres en la ruta es una estrategia al tiempo que un placer, y una necesidad.

Recuerda, el viajerito, casos y cosas en las cuales extendió la mano para que otro pudiera salir de un país, durmió en una cama gracias a la buena voluntad de una mujer que jugó su papel de anfitriona y protectora, se encontró a resguardo de la lluvia en una casa de chapa por unos pocos pesos sensatos y logró, con esfuerzo y voluntad, armar una comida para todos con los pocos pesos que logró juntar entre los pocos que ponían.

Y el recuerdo en carne viva se hacer carne en el viajero que suma nombres de esos amigos circunstanciales que una noche o 15 días, compartieron la vida con el, por puro placer y sin costo. Hermanos chilenos corriendo la sal y la gota gorda en Uyuni, cubanos bellos desafiando a dios-fidel dando un techo prohibido, españoles de paso por la nueva Andalucía, y andaluces alojando la pobreza viajera en algún poblete peninsular. Luces que no perecen porque ya iluminaron la noche densa, cuando el camino se hacia amenaza y la felicidad no alcanzaba para sub-vivir.

A la vuelta de algunas cosas (perdido entre senderos) sabe, el viajerito, que esas fugases amistades a veces tienen más fuerza vital que las cotidianas –tal vez por la distancia-. Resultan lucecitas que alumbran la marcha “por este valle de sombras” y por eso construye –el viajerito- el recuerdo del viaje con esas luces, algunas sombras de mapas, vagos recuerdos y sensaciones difusas, inútiles que con el paso del tiempo, se evaporan.

29.5.06

Mundo Alberdi

Caminaba por Pedro Zanni en tarde de sábado y el eco de la hinchada de Belgrano, que festejaba la existencia, le dejó -al viajerito- el corazón rebosante de dichas. Así recordó de golpe, como en flashes, todas las cosas que entran en el mundo de Alberdi, un paisaje que puede nombrar a Córdoba con voz propia y sin temores. Recordó, porque son siglos enteros los que usó el viajerito en recorrer las calles y las plazas, los bares y las esquinas del barrio de Alberdi. Y fueron muchos los amigos que ganó y perdió, las novias, los domingos, el trabajo y los muertos que el viajerito tuvo, tiene y tendrá en el barrio de Alberdi.
Difuso, discutible, inmenso; Alberdi es –para el viajerito- una zona de contornos móviles que se traza mas allá de los nomencladores cartográficos. Barrio de barrios, con zonas y ghetos, bares y fiestas, canchas, fábricas, colegios y el cementerio San Jerónimo dominando el mundo en el borde de Villa Páez. Hay quien dice que empieza en el arroyo La Cañada y termina en Avenida Zipoli hacia ambos lados de Calle Colón, hasta bañarse en el Río Suquía y llegar a Duarte Quirós. Hay quien lo quiere partir en altos y bajos, pero en el corazón de Alberdi –siente el viajerito- late algo que no se deja delimitar. Una forma de entender el mundo distinta a la del centro, tan tan cerca, que por eso –tal vez- la diferencia.



Recordar Alberdi –para el viajerito- es un domingo de sol caminando por la costanera del río mientras mira, el viajerito, la arquitectura majestuosa de la vieja usina de Epec remodelada en recitalero-bailantero; un soleado día de recreo en las márgenes del Suquía después de la chupina del Manuel Belgrano, del Pío X, del Sarmiento, Mariano Moreno o cualquiera de los 100 colegios que tiene Alberdi.
En el corazón del viajerito, este barrio son las frías mañanas en la cola de atención al público del Hospital Nacional de Clínicas, casa de revueltas en un barrio de insubordinados: estudiantes, inmigrantes, ladrones y enamorados. Son las cientos de noches que volvió por la Colón arriba –el viajerito- esquivando charcos para no despertar jamás de la última conquista perdida, de la noche eterna de los felices con nada, frenando al sol con una mano, mientras que con la otra se tapaba los ojos.

Generoso Alberdi que en su pecho alberga a Villa Páez y barrio Marechal, la plaza Jerónimo del Barco y la florida plaza Colón, las usinas de Epec y la Cervecería Córdoba, robada a los obreros y vaciada de dignidad. Enorme Alberdi en el que conviven el Hospital de Clínicas y la Maternidad Universitaria, el Registro Civil y la escuela Alejandro Carbó, el Estadio del Centro y la Central de Policía, para beneficio y seguridad de la población. Fértil Alberdi que recibe inmigrantes del interior, estudiantes provincianos en busca del sueño del titulo de “dotor”, hermanos bolivianos tras el dólar/dolor, paraguayos, mendocinos, peruanos, argentinos.

Pensar Alberdi –para el viajerito- son las corridas por Pedro Chutro, a través del centro del barrio, huyendo del posible asalto, de la redada policial tras el partido, de la noche fría. Es el ensueño del pasaje aguaducho o el de la reforma, especie de San Telmo inexplotado donde duerme una Córdoba glamorosa aun en manos del pobrerío; con las pocas calles de empedrado que subsisten en la ciudad.
En el paladar del viajerito, Alberdi es la casa de venta de objetos usados que en cada cuadra aparece, la verdulería, el kiosquito de supervivencia, los mil negocios que viven del barrio y de los que el barrio vive. Venta de garrafas, de carbón, de ropa usada, de muebles viejos, tres cajones de fruta y una verdurita, la bicicleteria, Mr Pollo, Lito, Mi Sueño o La Buena Onda. Alberdi, barrio que todo tiene, que no precisa del centro para tomar existencia propia.

La casa de los muertos

Cuando los muertos y los vivos se juntan a charlar es domingo en Alberdi, porque en el cementerio los muertos juntan las flores que se le caen a los vivos, de visita por allí. O le hacen barra a los pibes que en el parque que rodea al camposanto, juegan a que juegan al fútbol, en el medio de la tierra sin pasto que aun no fue abonada con el alma de los que se fueron. Hay quien pasea su perro cerca del cementerio, hay quien pasea su dolor, hay quien visita a alguien que hace mucho ya se fue. Hay quien espera a la noche para tratar de robarle una placa de bronce a esa tumba que esta ahí, y así poder comer mañana. Y los niños que pasean por allí, en compañía de los grandes, en ramilletes tras una pelota, tratando de subir a un árbol flaco, mirando la luna, papando moscas.

Sufrir es gozar


Si se piensa en la Córdoba-fútbol viene rápido el nombre de Belgrano a la boca, y la imagen del sufridor conjunto de Alberdi construye una historia de clásicos, varios títulos locales, algunas alegrías en la “A” y miles de litros de sangre, sudor y lágrimas. Hoy la manzana de Alberdi en la que duerme el gigante luce las altas paredes del estadio decorada con pintadas y leyendas, y el club pelea un imposible ascenso a la primera división, mientras navega junto a la mayoría de los clubes de Córdoba el Nacional “B”. Pero esa tarde de sábado en la que el viajerito paseaba por Zanni y Colón, o por Chutro y La Rioja, el aullido de la popular saludó al mundo y el grito rebotó en cada rincón de Alberdi, como mil otras veces, para decir que ese día el fútbol mandaba en la región.

El viajerito, enviado especial a cualquier parte del mundo - Para KJ y la red de medios amigos (c) nuncamas.

Tres pequeños viajes por CORDOBA

3 X 1

Córdoba por tres, un combo de 3 X 1. Este viaje es una recorrida por la bella provincia que, pese a todo, sigue siendo Córdoba. Esa misma que llena la boca de felicidad cuando se la nombra. Tres viajes cortos por Córdoba es ver Córdoba con ojos de viajerito, con ojos de búho que mira para saber, que quiere saber mirar. Es la Cascada de los Hornillos, es Las Rosas de Traslasierra, es Altas Cumbres observando el mundo desde Bosque Alegre. Es la mirada que viene mirando, ahora en casa y al hogar.
Córdoba que llena la boca cuando se la nombra, que pone la boca con pescaditos. A Córdoba que no la puede dejar, se le presenta al viajerito cuando la piensa, y pinta algunos apuntes de la belleza que tiene este rincón del mundo.

UNO

Córdoba es el largo camino que la mochila tiene que recorrer desde la parada del bondi de La Quebrada, al pie del dique homónimo, hasta la Cascada de Los Hornillos, sobre el Río Los Hornillos. La cascada que, mas que nada, es un salto de agua de unos cuantos metros que se mete en el corazón de las sierras. Es un camino más que un lugar, es la caminata de unas pocas horas serpeando por sobre el río que serpea en el valle que serpea entre las montañas bajas de la Reserva Ecológica de La Quebrada. Es el dique La Quebrada como un espejo de plata pequeño que uno rodea mientras lo mira, lo desea, lo huele cuando pocos o ninguno de sus habituales violadores de fin de semana llenan de ruidos y asados y cuarteto y basura. Es rodearlo por su izquierda hasta llegar a su principal afluente.


El Río los Hornillos serpea entre las montañas que cambian de color según las horas, según las ganas de la bruma de estar o no estar, según el deseo del sol de caer entre las grietas del valle por el que serpea el río. Es el espeso aire que se hace lechoso después que el sol decide irse para otro lado, es el espeso aire lechoso que dice que no todo verde es el mismo verde, y que las diferencias marcan, también, las similitudes. Es la presencia de los pájaros y los halcones que se morfan los peces del río y los frutos de la particular vegetación del bosque seco serrano, aún no quemado por el azar y la negligencia. Ahí Córdoba también son los árboles que saludan al río todos los días, las montañas que viven y sueñan, la vegetación baja de las márgenes y los pastos secos, duros, solos, dorados del alto.

Aquí Córdoba es el Río Los Hornillos cayendo desde muchos metros, es un camino escarpado que en su margen derecha se eleva sobre el piletón de agua fría en el cual los hippies arman sus tipies, los boys scouts gritan marchas militares pedorras, los desahuciados de todo se refugian entre los árboles, bajo la mirada de la sierra. Es el camino escarpado que se abre a terrazas, miradores, descansos del camino, de la vista, de la rutina; justo antes de llegar a los estanques de agua fría donde se junta el agua a charlar antes de saltar por la cascada, donde se junta el silencio que viene desde lejos a mirar a los humanos, tan pequeños, siniestros, poca cosa. El agua es fría aquí, refresca el cuerpo, el alma y los músculos. El agua puede ser demasiado fría aquí, si uno se queda solo creyendo en lo que siente.


DOS

Córdoba es la ciudad que se ve desde las Altas Cumbres de las Sierras Grandes, mirando el mundo desde el Observatorio Nacional de Bosque Alegre. Es la otrora hermosa vegetación ya pura ceniza, quemada por el azar y la negligencia. Basta tomar la ruta rápida que escapa de la ciudad hacia el oeste para estar en un ratito en un camino sinuoso que va lamiendo el deseo de saltar para el otro lado. Un camino caracoleando las Altas Cumbres que dividen Córdoba de norte a sur, y desde allá arriba se van viendo las casas, las calles y los campos de Alta Gracia, y luego de Córdoba, y Carlos Paz. Un ratito cada una, depende de que curva, que lugar, que descanso uno elija para mirar. Y la provincia va quedando a los pies de nuestros deseos de verla toda junta, y tragarla de una vez para que se vaya de la boca.


Las Altas Cumbres son la vegetación que le va dando lugar a las piedras, las grandes piedras lisas que reemplazan a los campos y los altos árboles. Son las piedras que forman formas, que dejan espacios amarillos entre si para demostrar que cada uno es cada cual, espacios de pastos duros que parecen trazos de óleo sobre la tela ondulante del alto de las cumbres altas que Córdoba se regaló para ser mas bella aún. Es, sin embargo, un recuerdo. Porque el fuego se llevó esa belleza y convirtió en Mordor lo que antes era un bálsamo de felicidad, porque el fuego de la estupidez se llevó los arbolitos flacos que crecían allá arriba con esfuerzo, pintó de negro los pastos y las piedras de gris. El estúpido fuego se llevó las comida de los pájaros y los pájaros, el rebote del sol en el pasto y el pasto, los pinos, hombres, casas, animales.

Altas Cumbres es el camino que cambia de color y de sabor de acuerdo al día o la noche, al frío, la niebla, el viento o la nieve. Basta cruzar por Altas Cumbres en junio o agosto para toparse con una nevisca resbalosa que hace el camino tenebroso. Tratar de hacer el trayecto con niebla es tentar que nos lleve el demonio, el mismo que filmó una publicidad de autos allá arriba, en una curva. El frío que corre junto al viento algunas noches traspasa los vidrios y las puertas de los autos sin calefacción y hace que uno se arrepienta de haberlo intentado. El frío que corre sobre el viento algunos días desmiente que el sol caliente la tierra, en esa parte del mundo a muchos metros de altura. Es que el camino se cobra lo que vale y ni una moneda de menos.

TRES

Córdoba está a 180 kms de Villa Las Rosas, y a 183 de Las Chacras, al pie del cerro Champaquí pero del otro lado, en el mal llamado Valle de Traslasierra. El valle -que no es ningún valle- se recorre de norte a sur siguiendo los caprichos de las sierras grandes, y cuando ellas doblan a la derecha el camino también, y cuando van hacia el este la ruta lo sigue. Y de sur a norte está el camino jalonado de pueblos, villas y parajes que compiten en deleitar a quien los pasea, los atravieza, los vive. Siempre las montañas a un lado como un farallón infranqueable que informa que al Este hay algo llamado Córdoba, pero que ésto es tras-la-sierra, y la sierra se hace presente en el paisaje y en la lengua. Siempre el río al otro lado del camino, como marcando que sólo está permitido circular en ese estrecho pasillo entre el río y la montaña, serpeando por entre árboles, casitas, olores.


Las Chacras son un puñado de bellas fincas que descansan en el macizo que después de varias horas de caminata se convierten en el Champa, es un puñado de casas diseminadas al este del camino, lo suficientemente cerca de Villa Las Rosas para depender políticamente de ella, lo necesariamente lejos para ser-en-si, ser.
Es una zona explotada, habitada y amada desde hace muchos años, más de cien. Son unos paisanos tranquilos, mañosos, historiados en historias, con ritmo propio y cadencia diferente a la tonada mediterránea. Inventaron a Doña Jovita, al Cura Brochero, se adueñaron del Champaquí y tienen un suelo donde se cultiva todo lo que se les canta. Tienen, también, un clima que compite con cualquier otro, un clima que si te descuidas te come el corazón, y ya nunca más podes olvidarte del mal llamado Valle, en Traslasierra, donde es imposible no volver con el recuerdo.

By el viajerito ningún derecho reservado - “Para todos todo, para nosotros nada” -

21.4.06

CUBA III - Dolores





Dolores del viaje

Si de la simbólica Cuba se olvidó mientras la Cuba verdadera corría bajo los pies del viajerito. La isla del caimán revivió y renació en "Barrio Cuba" y en "Habana Blues", en "Fresa y Chocolate" y "Buena Vista Social Club". Porque Cuba –cree el viajerito- no terminará de doler en muchos años en el paladar negro del deseo del mundo que él tiene. Nunca lloró, el viajerito, tanto por un país. Pasó más de un mes desde la vuelta y aún las fotos y las películas, los recuerdos y las canciones le traen a la memoria los dos meses de viaje a través de la isla. De occidente a oriente, y viceversa. Y se ríe a carcajadas esta vez el viajerito de los imbéciles que defienden Cuba a través de su gobierno, su universidad, sus CDR y sus campamentos internacionalistas. De todos aquellos decrépitos fracasados que defienden la blanca Cuba desde Varadero.

Llora, el viajerito, por Ivis y Taimi. Por la maravillosa Yolanda y por Katia y por Andrés. Dignos. Por Leo preclaro campesino, guardaparque, demasiado cruel en su generosidad. Por Carlitos, por Félix, por Kari y por Baldovino Piletas, que le cantó una canción en bicicleta mientras caía el sol sobre el mar. Por los negros del oriente que no pedían nada: libertad, igualdad, fraternidad. Por Mikel, por Yoislandis, por “flechita”. Los hombres y las mujeres de la bella Cuba, los bellos hombres y mujeres de la maravillosa isla que no tiene nada que ver con el retrógrado, babeante, pusilánime y estúpido rey- de-las-puestas-en-escena que los somete y sojuzga desde hace 47 años.

No puede recordar, esta vez el viajerito, las playas y los bosques sin pensar en todas las personas de las márgenes de Santiago de Cuba acarreando agua a sus tanques domésticos día y noche durante el puñado de 30 horas por mes que podían acumular lo mas simple del mundo. Ni gozar de las playas de Cayo Coco sin saber que los cubanos no pueden acceder a ellas, salvo limpiamierdas de turistas y prostitutas de los guiris. Hay que tener pelotas para vivir en Cuba soportando la dictadura. Y no puede hablar de Cuba, el viajerito, sin bronca y sin dolor.

20.4.06

CUBA II - Despues del viaje


Después

Viajar por Cuba “no es fácil” porque no es fácil Cuba. Cincuenta días por el territorio de playas y bosques, ciudades ruinosas y villas turísticas; de Habana a Santiago de Cuba y desde el mar caribe al atlántico del golfo de México. Mulatas y los negros, jineteros y buscavidas. El estado más grande del que tenga memoria, un gobierno de blancos para un pueblo con mayoría absoluta de negros, mulatos y mestizos. Una economía esquizofrénica de euros para casi todo y cajas de poca comida a precios ínfimos para la subsistencia mínima. La famosa educación y salud para todos, donde no hay libertad para leer otra cosa que no sea lo que el gobierno publica, ni insumos mínimos para que la salud sea algo más que aspirinas y bollos.

Mala alimentación, un humor ingenuo y poco crítico, la prostitución de la felicidad trocada en la búsqueda constante de algo para comer, para tomar, para vestir. Las mujeres y los hombres de Cuba parecen ver en el turista el nexo con una realidad (con un afuera) al que no pueden acceder. Algo siempre pueden obtener de quien llega a la isla del modo que sea, al menos un favor, o un billete. La prostitución de un régimen que tiene a su pueblo “vigilante y combativo” en pos de espejitos de colores.

Los gringos (yumas, giris, europeos) aprovechando al máximo el calor humano por 20 euros la noche. “zingar” es el verbo que rima con pasarla bien en Cuba. El precio es la dignidad. “jinetear” es el verbo que los cubanos hacen rimar con sobrevivir montado a los turistas. Las escenas se repiten casi dolorosamente. Las blancas, las rellenitas blancas prendidas de la mano de “su negro” que las pasea esperando poder salir de la isla, escapando de los ojos de la policía. Los tipos con su mulata pegada todo el día, por la comida, una cama cómoda, la botella de ron y algo de la perdida alegría. Pibes de veinte con arrugadas mujeres de billetera ligera.

En todos lados la escena se repite, desde la Habana hasta Baracoa. Si estas en un hotel entras con tu “monito”. El cubano sólo no puede entrar al hotel, a no ser que vaya a limpiar los baños o servir la barra de tragos. El cubano no tiene permitido el acceso a Cayo Coco, salvo que vaya a tenderle la cama del hotel al turista. Los santiagueros, sobre todo si son negros, no pueden circular libremente por la isla. Se les pide “permisos de tránsito” o se les deporta directo a su ciudad, más multa en euros… o cárcel. Los jineteros (sustantivo para sobrevivencia) pueden ganarse 3 meses de cárcel o más si son sorprendidos por la autoridad y no son defendidos por el turista. El delito es hablar con un turista.
seguimos otro dia, amigos, si tienen ganas de oir.

CUBA I - Antes del viaje


Antes

¿Quién va a Cuba? La exploración previa dio como resultado que el viajerito sólo no podría, esta vez, con la carga de la mochila y la vida enclenque. Polytropos de muchas mañas acompaña esta pequeña odisea burguesa. Me voy (nos vamos tesoro) a Cuba de la revolución ¿traicionada?. Al corazón del estado-máquina-de-matar-procesos, al último paraíso stalinista. Años apilados en las estanterías del deseo para llegar a una Cuba que huele a podrido desde lejos. Me pregunto mientras viajo hacia la isla del son y el ron si triunfará la mirada ingenua y positiva del viajerito, que en las cosas ve la luz; o el cínico destello de sombras en las pupilas mi yo politrópico.

Le tengo poco amor a las cárceles, sobre todo si es un país entero. Este es el ánimo con el que saludo desde el aire a Fidel, mientras llego. Ojalá que la revolución haya dejado en pie al hombre en Cuba. Al nuevo o al viejo, al hombre y la mujer vivos. El paraíso caribeño se vende en la web y los relatos de amigos viajados, como un gran prostíbulo para eurodólares, la isla esquizoide en la cual hablar con un cubano entraña la sospecha de querer sacarlo de la isla; o que te quieran vender algo, que no puedas trazar vínculos humanos porque su KGB de juguete acecha en interrogatorios. ¿Cuántas cosas se podrán hacer y cuantas no en Cuba?

Un país en el cual alquilar una pieza cueste 15 euros por noche mientras el pueblo gasta apenas 1 o 2 para comer al mes no parece muy justo a priori. ¿Tiene sentido construir discursos sobre la patria latinoamericana al tiempo que impedimos a los pobres del sur visitar la isla si no es con visa de 30 euros, pasaje a costo Europa y un trato como si fuera uno gringo?

Leyendo Las Enseñanzas de Don Juan de Castaneda (y escuchando la renga) me encuentro a Don Juan que dice: “ Para mi sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Por ahí yo recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo. Y por ahí yo recorro mirando, mirando sin aliento”. No se pueden recorrer caminos sin corazón, terminan comiendo el propio. Las sombras tragan luz. ¿tienen corazón los caminos que me llevan a Cuba?.

Hasta el fin del mundo


"Until the end of the world" se llama la pelicula que dura lo que dura la vida. Alguna vez la dirigió Win Wenders y estuvo, el viajerito, más de 10 años buscándola. No es una joya, no tiene grandes elementos a destacar. Pero recordó, el viajerito, que en una escena de amor entre ellos que escapaban de todo, la explosión nuclear los dejó en una avioneta que surcaba el cielo de Australia con el motor detenido. Alli arriba, se sintió, el viajerito junto a los personajes, mas allá del bien y del mal. Más allá de la muerte, en el último confín volando a la buena de dios sin otro consuelo ni valor que la propia vida pendiendo de un hilo, y el amor con el que habian llegado hasta allí. Hasta el fin del mundo.